Los Mayas
No hay un camino claro a través de la selva. Cada paso requiere orientación: esquivar un árbol, pasar sobre una raíz,
agacharse bajo una rama. Delante de mí, un hombre blande un machete, tratando de abrir un sendero más fácil.
“No toques nada”, me advierte mi guía, José Anavisca. Nunca puedes estar seguro de qué serpiente, araña u otra criatura
puede estar en una rama o un árbol. A pesar de mi precaución, pronto siento un cosquilleo en la espalda, entre la piel y la ropa.
Siento un pinchazo y una descarga eléctrica, y me estremezco del susto. “Una hormiga”, dice Anavisca con seguridad.
Espero que tenga razón. Sea lo que sea, se ha deslizado bajo mi cuello y ha dado un mordisco. La temperatura es de 32°C y la humedad del 100%,
típico de Tikal, Guatemala, en junio. El lugar al que nos dirigimos se ve exactamente igual al que dejamos atrás: un laberinto de hojas verdes y
brillantes adornadas con troncos elegantes. Nos detenemos varias veces, retrocedemos y deshacemos nuestros pasos. “¿Estamos perdidos?” pregunto finalmente,
secándome el sudor de la frente. “No, no”, responde Anavisca. Sonríe, bromeando: “El Mundo Perdido” –uno de los complejos ceremoniales más conocidos de Tikal–
“está por allá”. No estoy segura de cómo puede saberlo.
Antiguamente la ciudad más grande del mundo maya, hoy Tikal es el sitio arqueológico más famoso de Guatemala. Sin embargo,
incluso en la ruta turística marcada y frecuentada, es imposible olvidar que estás en medio de la selva tropical. El canto de los pájaros llena el aire,
los monos araña se balancean entre las copas de los árboles, y al atardecer, el área alrededor del Mundo Perdido es invadida por pizotes
–mamíferos de cola larga, parecidos a los mapaches, que hurgan en el suelo en busca de insectos. Hoy nos hemos alejado completamente del camino tradicional.
Anavisca quiere mostrarme algo que pocos turistas ven y que aún menos reconocerían: una pirámide maya, sin excavar y cubierta por la vegetación.
No sabría que hemos llegado si Anavisca no me lo indicara. La selva no parece diferente a como se veía antes. Pero bajo nuestros pies, una pendiente se inclina
abruptamente hacia arriba. Anavisca señala el mapa que ha traído. Efectivamente, parece que estamos parados sobre una pirámide distintiva.
“Todavía está en su estado natural. No ha sido excavada ni investigada”, dice.
Anavisca y sus colegas, quienes trabajan en arqueología y conservación en Tikal, han sospechado durante mucho tiempo que esta colina es una pirámide.
Pero no fue hasta hace poco que obtuvieron pruebas mediante el Lidar, una tecnología de teledetección que está transformando la arqueología.
Fueron los datos de Lidar los que generaron el mapa que Anavisca sostiene ahora. El Lidar, que permite eliminar el dosel de la selva y revelar la topografía subyacente,
incluyendo sitios y monumentos olvidados, ha sido especialmente útil en selvas como esta. La Reserva de la Biosfera Maya cubre 21,602 km2
–casi una quinta parte de Guatemala– de bosques, humedales, ríos, lagos y sabanas. Es la selva tropical protegida más grande al norte del Amazonas.
También fue, en su momento, el corazón de la civilización maya, cuyos estados-ciudad dominaron Centroamérica desde aproximadamente el 750 a.C.
hasta la conquista española en el siglo XVII. Sin embargo, la selva hace que las estructuras sean especialmente difíciles de encontrar o identificar.
“El Lidar nos permite, como arqueólogos, no tener que pasar todo nuestro tiempo solo averiguando qué hay allí, sino realmente concentrarnos en excavar
y abordar las preguntas que queremos”, dice Thomas Garrison, arqueólogo maya de la Universidad de Texas en Austin. “Tanto tiempo se invertía en mapear
y tratar de localizar lugares. Y lo que el Lidar nos ha mostrado es que no éramos tan buenos en eso”. El Lidar funciona enviando haces de láser hacia un sitio,
ya sea de cerca, con un escáner de mano, o desde la distancia, como desde un avión. Al medir cuánto tarda el láser en regresar a su punto de origen,
se pueden crear mapas detallados y representaciones en 3D de alta precisión. Usando Lidar, en 2016, la Fundación para el Patrimonio Cultural y Natural Maya (Pacunam)
lanzó la mayor investigación arqueológica jamás realizada en las tierras bajas mayas. En la primera fase, cuyos resultados se publicaron en 2018, mapearon 2,100 km2 de la Reserva de la Biosfera Maya.
La esperanza de los investigadores en las fases posteriores –la segunda tuvo lugar en el verano de 2019, mientras yo estaba allí– es triplicar el área cubierta,
lo que convertiría el proyecto en la mayor investigación con Lidar no solo en Centroamérica, sino en el mundo. Los investigadores aún están analizando los datos de 2019,
pero los resultados de la primera fase ya han cambiado la perspectiva de los arqueólogos sobre la civilización maya.
“Hay de tres a cuatro veces más estructuras en el paisaje de lo que pensábamos”, dice Garrison, quien también es uno de los investigadores de la Iniciativa de Lidar de Pacunam.
Las 60,000 estructuras reveladas incluyen templos, pirámides y calzadas. Sin embargo, la mayoría de las estructuras eran plataformas para viviendas, un dato crucial para las estimaciones de población.
Anteriormente, los expertos proyectaban que, en el apogeo del período Clásico maya, entre aproximadamente el 250 y el 900 d.C., entre uno y dos millones de personas vivían en las ciudades
y pueblos de las tierras bajas centrales. Ahora, los expertos creen que el área albergaba hasta 11 millones de habitantes. Esa mayor población fue sostenida por una infraestructura aún más
sofisticada de lo que los expertos habían entendido previamente. Los mayas conectaron sus ciudades mediante calzadas elevadas y hacían la tierra utilizable
y sostenible con sistemas complejos de irrigación y terrazas.
“El Lidar demuestra, sin lugar a dudas, que subestimamos por completo sus capacidades de ingeniería para modificar el paisaje, hacer la tierra más sostenible, irrigar
y llevar agua a lugares donde podían cultivar, y prevenir la erosión”, afirma Francisco Estrada-Belli, arqueólogo de la Universidad de Tulane y uno de los codirectores de la Iniciativa de Lidar de Pacunam.
Esto ha puesto patas arriba una creencia común. Un misterio persistente sobre los mayas ha sido la razón de su declive. Durante años, una teoría popular sostenía que la causa fue un colapso ambiental,
debido a que los mayas deforestaron y degradaron el paisaje circundante. “Todo lo que solíamos culparles –como destruir los suelos o la necesidad de construir terrazas– es,
en realidad, todo lo contrario”, afirma Estrada-Belli. “Construyeron terrazas para mejorar la productividad del suelo y frenar la erosión. Irrigaron zonas llanas con poca agua y drenaron humedales
para hacerlos cultivables, convirtiéndolos en los terrenos más fértiles”.
El Zotz, una antigua ciudad-estado maya, es ahora un sitio arqueológico bajo la dirección de Garrison, a unos 23 km de la población más cercana, aunque parece aún más aislado.
El viaje en coche toma 2.5 horas; la última hora es por un camino fangoso en plena selva. La camioneta, que además transporta provisiones para el campamento arqueológico, queda atascada en una pendiente.
Las llantas giran sin avanzar. Después de varios intentos, dos muchachos bajan, cortan hojas de palma con un machete y las colocan sobre el lodo para mejorar la tracción.
Finalmente avanzamos. Mientras, en mi mente surgen posibles escenarios: ¿qué pasaría si quedáramos atrapados sin señal de celular? ¿Cuánta agua tenemos? ¿Y si finalmente se desata
la tormenta que se ve en el horizonte? Nadie parece alarmado. Más tarde, Estrada-Belli, también director de un proyecto en el remoto sitio maya de Holmul, me comenta que la situación
pudo haber sido peor. En su primera expedición en Holmul, en el año 2000, tomó un camino equivocado en la jungla y se quedó atrapado. “El motor se recalentó; tuvimos que echar
toda nuestra agua potable en él y nos quedamos sin vehículo ni agua, en medio de la nada. Y eso fue apenas el primer día”.
Lograron regresar al sitio, pero comenzó a llover intensamente. Las 40 personas del campamento quedaron aisladas, y las rutas tan anegadas que no se podía conducir.
Para salir, tuvieron que usar 20 caballos. “Tenía a todo el equipo –algunos eran estudiantes– y estábamos incomunicados, sin asistencia médica. Me sentía algo preocupado”,
confiesa Estrada-Belli. A lo largo de los años, los equipos en sitios como El Zotz y Holmul han establecido infraestructura básica. En El Zotz, una cabaña sirve como laboratorio y otra,
con techo de paja, como cocina. El equipo filtra su propia agua y duerme en tiendas de campaña. Cada mañana, a las 5:00, el estruendo de los monos aulladores. Investigar en un sitio como El Zotz requiere un esfuerzo considerable.
Sin caminos o mapas detallados, en el campamento no hay internet y para obtener señal de celular, hay que caminar unos 500 metros hasta una colina. El único soporte técnico y bibliográfico
son los miembros del equipo y los materiales que llevamos con nosotros. “Si deseas desconectar del mundo exterior, es fácil: aquí puedes pasar un mes sin saber qué ocurre fuera”
comenta el arqueólogo Edwin Román, quien ha trabajado en investigaciones en El Zotz por más de 10 años y ahora dirige otro proyecto arqueológico al sur de Tikal. Junto con Garrison,
llegamos a lo que parece otra colina con árboles, pero después de un tiempo en compañía de arqueólogos, sé que estamos ante una pirámide. Nos agachamos y, al doblar una esquina en los túneles,
quedo sin aliento ante la visión de una monumental máscara maya, más alta que yo y datada en el siglo V d.C. Garrison piensa que señala una plataforma ceremonial para la coronación de reyes.
“Cuando un nuevo rey asumía el poder, había una gran ceremonia, como la coronación de un monarca en Inglaterra”, explica Garrison. Luego, Román me lleva al sitio vecino que está investigando,
llamado “El Diablo”, ubicado en una empinada colina. Aquí, en 2010, Román descubrió la tumba del primer rey de El Zotz, construida bajo el templo. “La cámara estaba completamente sellada”,
recuerda Román. “Cuando la abrimos, el aire tenía un olor a descomposición. Todo estaba allí: junto con los restos del rey, encontramos los huesos de seis niños sacrificados”.
Recorremos túneles y escaleras de madera, y nos encontramos sobre el lugar de la tumba. Ante mí, tallas monumentales de rostros de dioses mayas surgen en la piedra: uno, el dios del Sol naciente,
conserva pintura negra en los ojos; otro, pintado de rojo, representa el atardecer. Según Román, al asociar al rey con el Sol, los mayas lo relacionaban con la eternidad.
Ver estas representaciones en toda su gloria, 1,600 años después, resulta impresionante. Estas máscaras fueron descubiertas a la antigua usanza: mediante mapeo manual,
levantamiento topográfico e identificación. Pero el Lidar ha ayudado a los arqueólogos a armar las piezas del rompecabezas. Román y los otros investigadores sabían, por los glifos
y los sitios monumentales que habían encontrado, que el rey enterrado en El Diablo era poderoso. “Pero no sabíamos el alcance de su poder”, dice Román. El Lidar reveló cómo funcionaba
toda la ciudad-estado: sus fortificaciones masivas, granjas y sistemas de agua. “El Lidar ahora nos ayuda a ver todo lo que este rey hizo para protegerse a sí mismo, a su familia y a su legado”, dice Román.
“Nos ha ayudado a entender el paisaje completo, todo lo que construyeron, para darle más sentido”.
En mi primer día en Holmul, una ciudad-estado maya activa entre aproximadamente 800 a.C. y 900 d.C., Estrada-Belli me lleva al sitio.
El camino está en un estado aún peor que el de El Zotz, por lo que me sorprende ver, a unos minutos del campamento, que tenemos compañía: un camión yace volcado bajo los árboles,
de un naranja brillante, imposible de no notar. Igualmente imposibles de ignorar son los agujeros de bala que lo atraviesan. “El de adelante es de un rifle”, comenta Estrada-Belli con cierta indiferencia.
“Hubo un tiroteo entre saqueadores, y dejaron eso atrás.” Caminamos hacia un claro, y la escena parece salida de una película de Indiana Jones.
Escaleras de madera suben por una colina empinada cubierta de selva, hacia una pared de piedra ennegrecida por el tiempo con un portal en la cima. Sigo a Estrada-Belli hacia adentro,
por túneles completamente oscuros, iluminados solo por nuestras linternas. Nos detenemos en lo alto de una escalera de madera, y él enciende una lámpara de energía solar.
Un colorido friso se despliega bajo mis ojos: 8 metros en una dirección y, al girar la esquina, 5 metros en la otra. Fue tallado alrededor del 595 d.C. en honor a un rey que acababa de fallecer
y fue enterrado en una tumba justo debajo. Glifos corren a lo largo de la base, explicando exactamente a quién estaba dedicado y por qué. En la esquina, una escultura representa a un rey cuyos
restos fueron hallados en una tumba debajo.
Este friso era parte de un santuario funerario que se utilizó durante 50 o 100 años antes de ser enterrado bajo unos 8 metros de escombros,
lo que ha preservado tanto las tallas como, de forma inusual, la pintura. El fondo es rojo brillante, hecho con hematita, que habría brillado bajo el sol.
Otros detalles están pintados en verde, amarillo y azul. Un rey lleva un tocado con plumas verdes de quetzal, mientras el guardián del cielo nocturno tiene azul bajo los ojos,
como si estuviera cansado. El friso está casi intacto, excepto por una cosa: el rostro del rey ha sido roto. “Lo dañaron a propósito los antiguos mayas”, explica Estrada-Belli.
“Los mayas creían que todo tenía un alma, incluidas las imágenes de personas y objetos. Así que, cuando enterraban algo, dejaban salir el alma ‘matando’ la imagen, al igual que matan a una persona”.
Los mayas creían que todo tenía un alma, incluso las imágenes de personas y objetos. Es increíblemente afortunado que no esté más dañado que eso. Los saqueadores llegaron antes que Estrada-Belli.
“Se quedaron a 20 cm de la estructura con el friso,” comenta. Señala el túnel; solo una roca separaba el túnel de la cima de la estatua en la esquina. “Imagínate lo que habrían hecho.
Habrían pensado: ‘Definitivamente hay algo interesante detrás de esta talla’ y habrían atravesado por la fuerza”. El tráfico de antigüedades estaba vinculado al narcotráfico.
“Despejaban los bosques alrededor de los sitios arqueológicos, plantaban marihuana, saqueaban los sitios mientras la marihuana crecía, y luego cosechaban dos veces”, comenta Estrada-Belli irónicamente.
Hoy en día, el saqueo es menos frecuente que en el pasado, aunque proteger los sitios sigue siendo difícil. Incluso antes de la pandemia del coronavirus, había solo unos 180 guardaparques y soldados
en toda la reserva, lo cual se traducía en un guardia por cada 120 km2 de selva, un área mayor que Manhattan o París. La lejanía de los sitios los hace aún más vulnerables.
Aquí es donde el Lidar puede ayuda proporcionando un inventario extenso de lo que realmente hay en la selva. La resolución es tan alta que incluso se pueden ver las marcas hechas por saqueadores anteriores.
“En los datos del Lidar, hemos visto decenas de nuevos sitios que no conocíamos”, dijo Garrison. “Pero decir que los hemos descubierto es un poco inexacto, porque claramente alguien ya había estado allí”.
Tengo un último sitio que ver en la Reserva de la Biosfera Maya: otro de los templos funerarios reales de Holmul, que data del 150 d.C.
Cuando fue hallado, era el templo maya más antiguo aún en pie. Estrada-Belli y yo rodeamos el lugar: ha sido tallado para parecer un incensario, lo cual habría sido un espectáculo cuando estaba lleno de humo.
Su función es clara porque tiene una inscripción que lo menciona. “Es raro encontrar una respuesta tan directa a la pregunta ‘¿Cuál es la función de este edificio?’”, dice Estrada-Belli con una sonrisa.
“Benditos sean los mayas por no querer dejar dudas sobre el propósito de estas estructuras”.
En 1909, un equipo de arqueólogos de Harvard excavó el sitio y encontró 22 esqueletos, pero no encontraron todo. Después de algunas temporadas en Holmul, el director de la expedición, Raymond Merwin,
enfermó demasiado como para continuar debido a una misteriosa enfermedad de la selva transmitida por un insecto portador de parásitos. Sus notas quedaron incompletas y las excavaciones se detuvieron.
Hasta que Estrada-Belli y su equipo llegaron aquí un siglo después, encontrando algo extraordinario: debajo del templo del 150 d.C., hallaron otro aún más antiguo, construido en ...el 350 a.C.
Nadie ha encontrado un templo más antiguo en el mundo maya. Rodeamos el sitio para entrar. Después de tanto arrastrarme por túneles, escalar escaleras y encajarme en estrechas esquinas,
esta es la primera vez que veo una puerta. Estrada-Belli inserta una llave y la gira. La puerta cruje al abrirse. “Bienvenidos al inframundo,” dice con una sonrisa. Bajamos por unas escaleras de piedra,
y un friso se abre ante nosotros. Era la fachada exterior del antiguo templo y mide unos 3 m por 2.5 m. No tiene los colores del friso anterior ni es tan elaborado como las máscaras de El Zotz,
pero me deja sin aliento. El friso representa la cabeza de un monstruo de la Tierra, con la boca abierta y los dientes expuestos. Dentro de la boca, un anciano representa al dios de los ancestros.
Tiene ojos entrecerrados, bigotes y un diente a cada lado de su boca, con arrugas marcadas a lo largo de sus mejillas y nariz. Parece, de alguna manera, en paz. “La primera impresión fue que ha sido devorado
por la Tierra y está muerto, pero en realidad, si miras de cerca, allí hay una mano y otra allá – está emergiendo del lugar de los muertos”, dice Estrada-Belli. “Es sobre la muerte, pero también sobre la vida.”
El dios de los ancestros está saliendo del lugar de los muertos, como un bebé que sale del vientre.
En el costado del rostro del anciano hay dos diminutas huellas de manos de un niño, como parte de un ritual que representaba lo nuevo y lo viejo. Junto a él, hay una calavera con tibias cruzadas,
la representación más antigua de su tipo en el mundo. Aún hoy, los mayas en Guatemala veneran a un dios de los ancestros con la misma representación: arrugas, bigotes y dos dientes.
Y creen que los niños son ancestros que regresan al mundo. Con el Lidar y los escáneres portátiles, los frisos han sido capturados en modelos 3D detallados que permiten estudiar cada detalle.
La Iniciativa Lidar de Pacunam ha permitido comprender los sitios como Holmul, El Zotz y Tikal de nuevas maneras, revelando cómo sus gobernantes y ciudadanos interactuaban, comerciaban y guerreaban.
Así, siglos después de la muerte de reyes y dinastías, el Lidar está dando nueva vida a sus historias, prolongando su memoria, con suerte, por milenios más.■
La Fragata.




Comentarios
La Fragata: Espero que hayan disfrutado de la lectura